Presidenta de Convención Elisa Loncón y la discriminación lingüística
La discriminación lingüística generalmente muestra otras discriminaciones subyacentes–por estratos sociales, por ejemplo— y en este caso trae consigo racismo. Una violencia contra los pueblos originarios que se resiste a perecer. Que sigue perpetuándose, intentando silenciar o denigrar voces como la de Elisa Loncón. Y lo peor de todo es que a veces quienes la pregonan lo hacen de manera –más o menos— inconsciente: algunos ni se dan cuenta de que, como dijo un amigo, su racismo se les sale por los poros.
El nombramiento de Elisa Loncón como presidenta de la Convención fue para la mayoría un hito emocionante. Es el cargo más importante a nivel nacional que haya desempeñado alguien que represente a los pueblos originarios. Una mujer mapuche que asume el tremendo desafío de liderar la construcción de un Chile nuevo.
Tal cargo no requiere de títulos. No se necesitan para ser constituyente, pues la discusión constitucional es mucho más política que jurídica o técnica. Y menos los necesita para dirigir la Convención. Sin embargo, se da que, además, Loncon tiene una trayectoria académica muy por sobre a la que los políticos –salvo excepciones— nos tienen acostumbrados.
Un máster, dos doctorados, uno en Holanda y otro en la PUC, además de otros cursos. Incontables publicaciones, incluyendo libros y artículos. Basta una mirada rápida a algunas páginas académicas para notar el nivel de su trabajo. Sin embargo, como era previsible, no todo fue emoción. Aparecieron las críticas de personas más o menos racistas y prejuiciosas. Hasta preguntaron si sabía escribir y leer en redes sociales, ¡a una lingüista! Ni siquiera la supuesta meritocracia la salvó de estos ataques. Que venga de una familia de pocos recursos o que haya tenido que trabajar arduamente para costear sus estudios para llegar dónde está poco importó. Sin títulos los ataques hubieran ido por ese lado, pero los tenía. Entonces aparecieron las discriminaciones por su forma de hablar.
Lamentablemente, la –todavía invisibilizada— discriminación lingüística es muy frecuente Es una versión totalmente normalizada de la discriminación. Basta recordar lo que corregían los profesores en el colegio, o cómo se diferencia en Chile por la forma de pronunciar la ch.
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Desde el “le patina la ch” a “la papa en la boca”, nuestro país califica y clasifica por el habla. A esta altura no debería sorprender que Chile es, contrariamente a las apariencias, un caso más de un fenómeno generalizado (un ejemplo reciente son las burlas que recibió Pedro Castillo durante su campaña en Perú).
Es evidente que hay muchas formas de hablar castellano en el mundo. Las hay en España, en Latinoamérica, y en Chile. Puede haber también una influencia de lenguas de pueblos originarios en una forma de hablar. Nada de esto quiere decir que haya unas formas mejores y otras peores. Son parte de la diversidad, que Chile discrimina. La voz individual trae consigo, junto con la historia de la persona, su familia y comunidad, también valores que sirven de moneda de intercambio en nuestra comunicación diaria. He decidido algo al preferir incluir a hombres y mujeres en el plural, también si admito explícitamente a géneros no-binarios, igualmente algo decide quien no haga esas diferencias. La construcción de un lenguaje docto marca una cierta lista de valores, igual como la preferencia de un modo de comunicación rápido y efectivo.
Con su voz Elisa Loncon nos muestra su cultura y su forma de vida. Sus palabras no pretenden exponer sus credenciales académicas, sino que buscan el entendimiento, no demostrar un estatus social. De hecho, si alguien hablara con tecnicismos ante una audiencia que no tenga los conocimientos técnicos, eso sería hablar mal. No estaría comunicando.
El vicepresidente de la Convención generó gran repercusión mediática luego de que algunos diputados lo criticaran por no llevar corbata a la Cámara de Diputados. Jaime Bassa evidenció así discriminaciones de etiqueta en un lugar donde debería solo haber importado el contenido (no es casual que él también haya tenido que defenderse mostrado sus credenciales académicas). En el caso de Jaime Bassa, se trataba solamente de una tenida. Algo que se puede o no usar. En el caso de Elisa Loncon es su voz, que logró levantar hasta uno de los más importantes cargos nacionales: una voz que demuestra que, como la corbata, ciertas etiquetas lingüísticas simplemente están de más.
Mientras algunos celebrábamos, había gente preguntándose si alguien que habla así puede realmente estar a la altura del cargo designado.
Ciertas formas de pronunciar el castellano se comparan en una escala, como si fueran signo de estatus. En algún sentido la forma de hablar da cuenta de la pertenencia a una tribu, y es parte de un modo de vida. Y lo que les molesta no es que otra persona hable bien o mal, sino que hable distinto. Que no sea parte de su tribu. Una lógica completamente excluyente, que no busca el entendimiento y lo común. Busca separar entre unos nosotros y unos ellos. Los que hablan bien y los que hablan mal. Sin que dicha valoración tenga algo que ver con el entendimiento.
La discriminación lingüística generalmente muestra otras discriminaciones subyacentes–por estratos sociales, por ejemplo— y en este caso trae consigo racismo. Una violencia contra los pueblos originarios que se resiste a perecer. Que sigue perpetuándose, intentando silenciar o denigrar voces como la de Elisa Loncon. Y lo peor de todo es que a veces quienes la pregonan lo hacen de manera –más o menos— inconsciente: algunos ni se dan cuenta de que, como dijo un amigo, su racismo se les sale por los poros.
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