«La catástrofe»: columna de reflexión de Daniel Matamala
“A no ser que hubiese una real catástrofe, se mantiene tal como está, el 10 y 11 de abril”. Con estas palabras, el 22 de marzo, el ministro de Salud aseguraba que las elecciones no se moverían. Apenas tres días después, el gobierno admitía que los comicios debían posponerse.
La catástrofe, por cierto, ya había comenzado hace semanas. De poco más de 3 mil casos diarios a mediados de febrero, habíamos trepado a 7 mil, el récord en un año de pandemia, ya el 20 de marzo.
Pero en La Moneda se repite la misma autocomplacencia que nos llevó a la catástrofe de la primera ola. Marzo de 2021 parece una copia triste de mayo de 2020. El año pasado, el gobierno hacía oídos sordos a las advertencias de los expertos y publicaba minutas sobre lo bien que estábamos en comparación con Argentina.
Finalmente, en mayo, el ministro Mañalich debió sincerar que “no tenía conciencia” de la pobreza y hacinamiento en Chile, y que sus proyecciones se habían “derrumbado como castillo de naipes”. Mañalich renunció el 13 de junio. Al día siguiente, la primera ola alcanzó su peak de 6.938 casos diarios.
En 2021, el problema se repite: tenemos un gobierno diestro en manejar metas numéricas en una planilla Excel, pero incapaz de controlar el exitismo, abarcar la complejidad del problema, empatizar con los ciudadanos y tender puentes con adversarios para trabajar en conjunto. Una autoridad que exalta el “yo”, pero no sabe conjugar el “nosotros”. Ocurrió en 2020 con la compra de ventiladores, y en 2021 con la campaña de vacunación. Dos éxitos destacables del gobierno, pero que parecieron cegarlo a la realidad: que esas metas cumplidas en el Excel eran sólo un factor más de una lucha compleja e impredecible.
Las advertencias han sido clarísimas. El 2 de enero el Consejo Asesor había pedido que las fronteras se cerraran “para países europeos, América del Norte y Sudáfrica”. Cuando Brasil surgió como nuevo laboratorio de mutaciones, los expertos clamaron por semanas para frenar el turismo con ese país. Inexplicablemente, esta medida recién se tomó esta semana, cuando la agresiva variante brasileña circula hace rato por Chile.
El 8 de marzo, el Consejo Asesor alertaba que las restricciones debían mantenerse, ya que “la campaña de vacunación aparece como una promesa (…) insuficiente en el período actual para lograr el control de la pandemia”.
El 26 de marzo, con más de 7.500 casos diarios, el canciller Allamand subrayaba que la imagen de Chile en el exterior “se ha visto extraordinariamente fortalecida por el manejo de la pandemia” y que “los distintos medios en el extranjero han puesto a nuestro país como un ejemplo”. Solo un par de días después, el New York Times y el Washington Post destacaban la crítica situación de nuestro país. Y ahora la primera ministra de Escocia advierte que “lo que está pasando en Chile sirve como advertencia de lo que sucederá si las restricciones se alivianan demasiado rápido; antes de que hayamos vacunado a un número suficiente de personas”.
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Aún esta semana, mientras superamos el millón de contagios y los 8 mil casos diarios, el gobierno consagra sus informes diarios a la autoexaltación: Bellolio declara su “admiración” a Paris, Paris le agradece a Piñera, Palacios destaca la “excelente disposición” de Sutil.
Las minutas exitistas de 2020 también se repiten en 2021, ahora subrayando que “la segunda ola de contagios ha sido menos grave que en otros países”.
La comunicación de riesgo es “catastrófica”, dice el médico intensivista de la Universidad Católica Glenn Hernández. En más de un año de pandemia, no ha habido ninguna campaña pública efectiva. Parte de la población, presa de ese mismo exitismo o de un estado ya francamente siquiátrico de negación, actúa irracionalmente: este viernes, con las UCIs colapsadas y pacientes jóvenes muriendo todos los días por Covid, muchedumbres se aglomeraron en el Terminal Pesquero y la Caleta Portales.
La presión de miles de automovilistas deseosos de salir a pasear en Pascua provocó un taco de 15 kilómetros de largo y llevó a levantar los cordones sanitarios en torno a Santiago.
Los griegos llamaban “idiotas” a los egoístas que se despreocupaban de los asuntos públicos. La imagen patética de esos idiotas arriba de sus autos resumió lo peor de nosotros: ciudadanos irresponsables ganándole la pulseada a una autoridad impotente. El levantamiento del cordón “no volverá a repetirse”, asegura la subsecretaria de Salud. “Probablemente no es la última vez que se haga”, la contradice el subsecretario de Obras Públicas.
¿Quién manda a quién? “Falta conducción política, hay una parálisis”, diagnostica el candidato presidencial de RN. Paris “no corta ni pincha nada”, dice la presidenta del Colegio Médico. El ministro de Salud lanza desesperados recados públicos para empujar medidas más estrictas. “Hay que disminuir los permisos de forma drástica”, decía el martes, dejando en claro en su construcción verbal (“hay que”); que esa medida no dependía de él.
El miércoles los anuncios sobre el endurecimiento de las medidas fueron postergados a última hora. Entonces Paris decidió actuar por la libre, y anticiparlos esa misma noche en el Senado.
La salud o la economía, parece ser la disyuntiva de La Moneda. Pero ese es un falso dilema. Los gobiernos negacionistas como el de Bolsonaro están matando a sus ciudadanos y hundiendo sus economías al mismo tiempo. Un reciente estudio de Philippe Aghion y otros demuestra cómo los países que han tomado medidas más tempranas y drásticas contra el virus no sólo han salvado más vidas; también han tenido mejor rendimiento económico.
En Chile, la frontera debió cerrarse antes, los permisos laborales debieron restringirse hace tiempo, y las ayudas sociales debieron ser más generosas. Todas esas medidas fueron recomendadas por expertos y desestimadas en su momento por las autoridades.
Hemos tropezado dos veces con la misma piedra. Aunque un gobierno complaciente se siga felicitando a sí mismo. Aunque ciudadanos idiotizados prefieran irse de fiesta.
La catástrofe ya está aquí.
Agradecimientos: latercera.com